jueves, 21 de enero de 2010

Tormenta

Las ráfagas de viento destruyeron mi ensueño.

Recuerdo que fue como una vivencia que aun puedo palpar.
Ella estaba sentada en una silla diminuta que solo representaba la función para la cual fue diseñada, a su alrededor se extendía la vastedad de un desierto blanco. Su figura magnética se enfundaba en un atuendo negro lleno de misticismo. Reí un poco al ver su tocado, negro también, pero la mía era una sonrisa nerviosa que trató de disfrazar mi turbación al verle tan radiante. Su rostro pálido enmarcaba unos ojos infinitos que brillaban más que el desierto resplandeciente.
Por segundos llenos de eternidad observé cada detalle, su boca que apenas dibujaba una línea delgada en la parte superior y que se ergía de forma discreta, como si fuera un pico digno de conquistar. La comisura de su sonrisa marcaba unos valles sublimes por donde podrían transcurrir millones de historias y caricias.

De súbito, mi contemplación se vió interrumpida por un acto inesperado. Ataviado de una gracia felina su cuerpo se elevó suavemente posándose sobre el suelo justo encima de mi cabeza. Pude verle en un encuadre maginificado que ensalzó aun más su espíritu etéreo. Con movimientos que mezclaban una extraña sensación de rapidez y lentitud, su espalda quedó expuesta. Cuatro alitas frágiles nacían de sus omoplatos. Eran transparentes y redondas en sus extremos, muy parecidas a las de una liberula. Para entonces mi éxtasis se desbordaba y de manera infantil le susurré a manera de súplica: "hada, conviérteme en tu alita"...



Hoy pareciera que el cielo se va a deshacer en pedacitos húmedos...

2 comentarios:

Dickinson dijo...

Pudo suceder así: opalazon.blogspot.com

Fabián Bautista dijo...

Hola Òscar
Gracias por la visita y much éxito con el libro