domingo, 16 de mayo de 2010

Ardi


Ágil subía las escaleras flanqueadas por flores multicolores. La firmeza de su rostro denotaba su profesión que de cierto modo inspira confianza. ¿Es posible saber a qué se dedica una persona a través de su rostro?
Si miras al "capitán" es probable que sí.
El parque que custodiaba es una mezcla de tiempos y espacios de mis recuerdos. Las barras blancas estilo marina son prueba inequívoca del presente, sin embargo la entrada enigmática hacia el jardín trasero sólo puede ser del rancho de mi pasado, ahí donde el pozo de agua dulce servía como frontera que delimitaba entre lo místico y lo cotidiano. De niño era obvio que prefería el camino hacia la fantasía y me atrevía a ir más allá del fango que rodeaba la fosa séptica de la casa de mis abuelos. Tras ese fétido rincón se abría paso un espacio donde mi abuela tendía la ropa, ahí imaginaba que comenzaba mi mundo...


Pero antes de ello tuve un encuentro raro en el cual la ineficiencia bien intencionada de una mujer me dejó sin comunicación. Desesperado llegué a mi departamento y como casi siempre me distraje en otras cosas antes de hacer las reclamaciones telefónicas de costumbre para conjurar la cancelación de mi móvil. Tal llamada nunca sucedió...


Miré por mi ventana el paisaje que esta vez no era el de costumbre. Me encontraba en una especie de barco encallado y elevado a unos 20 metros sobre la superficie, era mi apartamento. Abajo se podía ver un jaleo terrible, unos perritos falderos corrían por el jardín.
De súbito y sin que me percatara bien cómo, Yin Yin voló por la ventana y desapareció. Alarmado saqué mi cabeza siguiendo su trayectoria temiendo lo peor. Mis ojos pronto dieron con la partida de canes que retozaban en el agua crecida por la lluvia. Ahí estaba mi Yinkow nadando como podía para no ser un trapito en la densa corriente que desembocaba en un túnel que se hundía justo debajo de mi vivienda.
La vegetación era una mezcla de paredes mohosas con flores de colores complementarios y ladrillos erosionados. En esa eterna batalla la naturaleza ganaba a los materiales del hombre y me pregunté porqué no subían víboras a mi alojamiento si estaba rodeado de un hábitat natural. Por fortuna parecía que ambos nos respetábamos mutuamente.
Pero entre humanos las cosas no son así.
Mi letargo y banalidad para pensar qué calzado para rescatar a Yin Yin era el más apropiado hizo que cuando volteara por la ventana los perros corrían ya en dirección opuesta hacia la playa helada, sus ladridos delataban una felicidad extrema...


Al salir encontré a un grupo de morrillos rijosos que comenzaron a enfadarme. Comencé a preocuparme cuando vi que su violencia iba más allá de la norma y percibí la incómoda sensación del nerviosismo.
Lo que sigue es una imagen que se nubla y se escapa de mi memoria, sólo recuerdo que en el punto más álgido de todo el conflicto sonó la llamada hacia esta dimensión y abandoné aquella que transitaba...


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