sábado, 26 de septiembre de 2009

Ciudad abierta

Una lluvia torrencial cambió los planes que tenía hoy, pareciera que Tampico guardaba una última sorpresa. ¡Ocho horas libres en la Ciudad de México!, después del berrinche acepté con incertidumbre el regalo.
Desde que sentí el clima fresco y lluvioso de mi ciudad natal supe que tendría una tarde agradable. Decidí apropiarme del defectuoso a pie, nada de taxis cómodos que te separan de la calle y sus aventuras, así que me encaminé al metro.
En la estación Pantitlán la magia comenzó; cientos de personas diversas, chicas de la mano en ese gesto tan cordial que se vive dentro de la amistad femenina, sonideros ambulantes que con bocinas disfrazadas asaltan cada vagón para ofrecer lo mejor del 2009 en mp3, desde cumbias infames hasta la de Billy Jean que automáticamente puso a bailar a un pequeño desinhibido.
Mi radar no podía con tantas situaciones, a momentos se concentraba en la adolescente de una belleza extraña que mezcla lo contemporáneo con una singular nariz que denota su herencia maya. Luego otro ambulante que con una mini pantalla exhibía dvds con lo mejor de la salsa, y acto seguido, como si fuera una especie de puesta en escena apareció una señora con una tristeza infinita que clamaba ayuda para su familia que en la mañana de hoy había perdido a uno de sus miembros. Poco después vi a un anciano minúsculo que me explicaba lo pesado que era su bastón hechizo que alguien diseñó a partir de una escoba de barrendero de la calle. Su gesto encapsulaba una cordialidad inconmensurable que venía acompañada de movimientos suaves y precisos cuya tarea fue extraer de su bolso de nylon un impecable empaque de suavicremas. Traté de husmear el resto del contenido pero sólo pude ver un frasco de medicinas.
En una estación saltó ante mis ojos una singular pareja: dos chicas que conversaban animadas, el detalle es que una de ellas estaba vestida de payasita. Son esos pequeños detalles que enloquecían a Breton, pero hoy me tocó a mi probar el éxtasis de México.
Al salir de los túneles que recorren la ciudad, caminé por la historia del centro. Me detuve en varias placas que anunciaban los sitios que no se pueden olvidar, donde el Gran Señor Moctezuma se reunió por vez primera con Hernán Cortéz, o los patios donde ardió el terror de la Santa Inquisición.
Y para rematar el Zócalo, esa imponente plancha que es escenario de la vida de un país lleno de sincretismo, color y aromas, con gente que como bien dijo Noel se saludan como si fuesen conocidos de toda la vida.
Ciudad abierta.

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